Ética e inteligencia
Corren tiempos en los que se habla de la operación Púnica y de los ERES de Andalucía, de las preferentes y de las tarjetas opacas, de Gowex y de la familia Pujol. Corren tiempos en los que el pequeño Nicolás está de moda. Estos tiempos no son más que el reflejo de la sociedad en la que nos hemos convertido desde principios del siglo XXI, sustentada en la especulación, el despilfarro, el tráfico de influencias, la estafa y el todo vale. Esa sociedad es el verdadero germen de la crisis económica, el ingrediente que consiguió que la crisis financiera internacional sacudiese a España con más fuerza que a ningún otro país. En estos tiempos estamos padeciendo las consecuencias.
Era normal que un niño, que decía poder conseguir favores por sus andaduras en las grandes esferas, se enriqueciese con dinero de empresarios ávidos de recibir esos supuestos tratos de favor. Era normal que un pseudoempresario se inventase una empresa con clientes ficticios, facturación falsa y cuentas anuales auditadas, y la sacase a un mercado cotizado y supervisado por BME y la CNMV, con el único objetivo de capitalizarla y meterse el dinero de los estafados inversores en su bolsillo. Era normal que las licitaciones y concursos públicos se consiguiesen untando al político de turno. Era normal que los dirigentes de cajas de ahorro comercializasen productos financieros complejos y de alto riesgo a ilusos jubilados para poder alcanzar sus objetivos y embolsarse millonarios bonus.
Hemos vivido en una monstruosa realidad normalizada. Todos y cada uno de los miembros de esa sociedad tenemos nuestra cuota de responsabilidad. No sólo los políticos. También las empresas privadas, las entidades financieras, los medios de comunicación, las auditoras, las tasadoras y las instituciones públicas. Todos preferíamos mirar para otro lado y continuar con nuestros aires de grandeza.
Ha llegado la hora de pasar página y volver a enderezar los renglones de nuestra historia. Nuestra sociedad tiene valores arraigados sobre los que debemos comenzar a construir. Durante la crisis he visto cómo empresarios han perdido su patrimonio para pagar hasta el último euro que debían a sus empleados. He visto cómo los abuelos pagaban las hipotecas de sus hijos y los colegios de sus nietos y cómo los hijos pagaban las pensiones de sus padres. Algo así es impensable en sociedades anglosajonas o germanas. Tenemos una base que complementar aprendiendo de la rectitud y de la ética de otros países. Pero no podemos dejarnos llevar por absurdos populismos bolivarianos que propongan llevar al default (suspensión de pagos) a nuestro país o llevar a cabo masivas nacionalizaciones, expropiaciones y ocupaciones que atenten contra la propiedad privada. Debemos comenzar a construir sobre un liberalismo económico sustentado en la ética.
Todos tenemos que aportar nuestro granito de arena. Desde nuestras empresas será suficiente con que interioricemos la máxima de una compañía: la creación de valor. Bastará con que seamos capaces de proporcionar al mercado bienes y servicios competitivos para que podamos tener clientes satisfechos. Con la simbiosis cliente-empresa, el incremento de las ventas, de los beneficios y del valor de las acciones vendrá solo. No es necesario estafar a clientes ni a inversores. Se trata de cambiar la especulación, el pelotazo, el tráfico de influencias y la digitocracia por el trabajo, el sacrificio, el esfuerzo y la meritocracia.
Tengo padres empresarios, amigos empresarios, socios empresarios y clientes empresarios. A diario trabajo con empresarios. De todos ellos he aprendido que un buen negocio es aquel en el que las dos partes ganan algo. Si las dos partes ganan más de lo que ceden, los negocios son duraderos. No puede haber parasitismos en los que una parte se aprovecha de la otra. Por eso, actuar éticamente no sólo es importante para no delinquir o para dormir más tranquilo. Esos aspectos prefiero dejarlos en manos de los Tribunales o de la conciencia de cada uno. Actuar con ética es inteligente. Crea un entorno de confianza, genera relacionas mercantiles duraderas y genera beneficios y valor en las empresas. Cualquier otro comportamiento de la condición humana tiene las patas muy cortas. Que se lo pregunten a los protagonistas de nuestros tiempos. Pasemos página.