La redistribución inversa

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La OCDE ha publicado recientemente un informe en el que afirma que la desigualdad económica perjudica el crecimiento. Una obviedad. Supongo que nadie que conozca los principios básicos de la economía dudará de que esta afirmación sea cierta. No obstante, es un informe muy recomendable para los escépticos. En él demuestra cómo los países en los que la desigualdad de ingresos está disminuyendo crecen más rápido que los que ven un aumento en ésta.

Las grandes desigualdades tienen un doble efecto negativo sobre la economía. Uno en el corto y otro en largo plazo. En el corto plazo, el crecimiento se verá afectado desde el consumo y desde la inversión. Para comprenderlo, propongo un sencillo ejemplo. Supongamos que en un país de 10 habitantes, uno de ellos obtiene 1.000.000 €  de ingresos, mientras que los otros 9 tan solo obtienen 1 € cada uno. Por la vía de la inversión nunca crecerá, ya que el único que podría invertir sería improbable que lo hiciese en un país en el que todo el mercado potencial son solamente 9 €. En cuanto al consumo, parece obvio que el porcentaje de la renta total destinado al consumo será mayor cuando ésta esté distribuida equitativamente entre todos que cuando uno tiene más del 99%, que destinará gran parte de su renta al ahorro. El efecto en el largo plazo, además de ser más preocupante, tiene peor solución. En sociedades con grandes desigualdades, el acceso a una formación cualificada se reduce a unos pocos, viéndose afectadas en el largo plazo la productividad, la competitividad y la innovación.

Pero coincidiendo en el diagnóstico, el problema viene a la hora de plantear una solución. Debemos tener mucho cuidado con las demagogias de salarios máximos, rentas universales o sistemas fiscales excesivamente progresivos. Este tipo de medidas, suelen traer asociados problemas de desmotivación, productividad y fuga de talentos. Es lógico. Si voy a tener los mismos ingresos independientemente de mi esfuerzo ¿para qué me voy a esforzar?, o ¿por qué no me voy a un país en el que se valore mi trabajo?.  Estos problemas suelen ser más dolorosos para la economía que la propia desigualdad. No es la solución. Soy y seré un firme defensor de la meritocracia y de la cultura del esfuerzo.

Pero entonces ¿cómo redistribuir la riqueza sin que los ricos paguen más impuestos? Es en este punto dónde está la clave de la cuestión. Mi respuesta es que no hace falta que paguen más impuestos, será suficiente con que paguen los mismos. Resulta que en España la redistribución de la riqueza es inversa. Las grandes empresas tienen exenciones fiscales, tipos reducidos o tributan en paraísos fiscales. Las grandes fortunas están en SICAVs.  Sin embargo, el peso de la recaudación lo asumen las pymes y las familias. Este injusto sistema fiscal –además de la desorbitada tasa de desempleo- es el causante de que la desigualdad haya crecido durante la crisis. El problema es la captura del poder político por las élites, que generan leyes hechas a la medida de los intereses de unos pocos.

La solución, por tanto, se debe basar en que las pequeñas y medianas empresas compitan en igualdad de condiciones que las grandes, o que las grandes fortunas tributen lo mismo proporcionalmente que los pequeños inversores. Si preocupa la fuga de capitales o los paraísos fiscales, sería suficiente un pacto de no agresión entre los países del G20 para combatir un problema que nos afecta a todos. Parece sencillo, pero no lo es. En un contexto en el que el poder político está gobernado por el poder económico cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿interesa tomar este tipo de medidas a los que tienen la capacidad de tomarlas? Que cada uno saque sus propias conclusiones.

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